El pelirrojo

Había pasado toda su adolescencia de morenita regordeta y, en su cabeza llena de hadas rubias, creyéndose la niña-púber-adolescente más fea de su clase. Pero sacaba casi las mejores notas de su año (la niña más bonita y blanca tenía notas aún mayores, algunas de sus compañeritas se esforzaban por hacérselo saber), y en su casa le habían llegado a convencer de que era la inteligencia más importante que el exterior, aunque, de todas maneras, no eres fea, hijita.

El papá sobre protector y celoso, además los trabajos de fin de semana en el negocio familiar, no le ayudaron a mejorar su nivel de aceptación con los chicos de su edad. Ni siquiera el mudarse de barrio, pues le prohibieron contundentemente hacer grupo con las chicas y chicos de la calle esa, porque tenían malas costumbres.

Además, un accidentado paso de sus padres por la religiosidad exacerbada de una secta con cariño recordada, le sumaron a su cabecita de niña-genio sin ganas de serlo, la certeza de que no se debía tener enamorado hasta después de acabar la carrera universitaria, que las drogas llegarían a sus manos como demonios destilando ácido muriático (y el lugar más seguro era, evidentemente, su cuarto, tras su puerta-cortina, muñecas y libros) y que si alguna vez llegaba a masturbarse, no entraría al Reino de los Cielos.

Sin embargo, así como en casa le quitaban mundo, así se lo daban. El trabajo de la familia la exponía a conocer y hacerse conocida a nivel de toda la ciudad, de todos los alfabéticos segmentos sociales y, a la vez, le permitían observar a través de una cámara, comportamientos, actitudes, gestos, miradas, danzas. Y como bien metida estaba en el asunto, hasta aprendió de olores, sonidos y sabores, populares casi todos, exclusivos algunos, con falta de ubicación. En fin, le quitaron mundo, pero al mismo tiempo, le llenaron las manitos de él (y la espalda de fuerza, y el sentido común de maña, para moverse con soltura, sin dejarse ensuciar, entre todo y todos).

Pero masturbarse seguía siendo un pecado de lo más mortal (menos mal que no le exigieron ir a misa), y tener novio, ni hablar. De pronto se enteró que el amor dolía, ese amor alto, flaco y pelirrojo, que pasaba frente a su naricita una y otra vez, pecoso popular del barrio, con la chica de acá, y la de allá, y la de más a la esquina, y hasta esa muchacha mayor, a quien llamaba prima. Sí, señor, el amor dolía.

Escribió sobre él en un diario. Pensó que un cuaderno bien forrado, con florcitas y un dibujo de su invención por día escrito, serían el perfecto cofre para los tesoros de su corazón. Y claro, no se le ocurrió mejor caja fuerte que entre el colchón y las tablas de su cama. No pasaron dos semanas antes de descubrir que mamá ya lo había leído, y con detenimiento. En esos arranques de ira que solía tener, lo hizo pedazos y se avergonzó de ser quien era. Quizás fue una de las primeras veces en que quiso morirse, y además en serio. Pero no, mejor no.

Masturbarse seguía siendo un pecado, y tener novio, ¡Dios me libre!

Aún miraba al muchachito largo, de pelos rojos. A veces compartía sobrenombres para el pecoso ese, cabeza con ají, ¡horrible! Pero se moría, se moría porque la mirara, se acercara, le diera un beso y fuera su enamorado.

Nada.

El muchachito éste no era su primer amor. Ya se había ilusionado, un par de años antes, con un chiquillo igual de pálido, pero acastañado, mientras recitaba una poesía en el aniversario de su colegio. Fue el inicio de esa cábala, de enamorarse de intérpretes, la mayoría de veces sólo mientras interpretan (canción, poema, violín, guitarra eléctrica, relativo total).

Creo que también empezó su gusto por lo hombres irracionalmente altos.

La pobre chiquilla regordeta encontró un día, justo en la puerta de su casa, al pelirrojo y al acastañado, jugando como los dos mejores amigos de toda la vida (después de todo, es lo que eran). El corazón nunca antes le había dado tantos saltos (masturbarse seguía siendo un pecado), por el gusto de verlos a ambos, y por la conmoción de verlos juntos, y además como amigos. Y claro, en la puerta de su casa.

Acercarse despacito. Hola. El pelirrojo le respondió con algo de familiaridad, con el otro no era la cosa. Permiso, voy a pasar, es mi casa. Ajá. Cerró la puerta, entrar como si nada sucediera, ¿total? Dos semi-dioses adolescentes haciendo fuercitas en la puerta de su casa eran el pan de cada día....

De pronto, la convocatoria de chicos creció. Pero claro, no era por ella, sino por las hermanitas brasileñas que se habían mudado a vivir en el piso de abajo. Lindas, blancas, de cabello claro con inversión propia, y un poquitín marihuaneras. Fue por aquellos días que la nena supo a qué olía aquello, previo escándalo de papá y mamá. Nada del otro mundo, ¿no?

El chico acastañado se emparejó rápidamente con una de las niñas nuevas, pero el pelirrojo no. Es decir, coqueteaba con una, con la otra, pero no. ¿Qué pasaba? Nada, seguramente, nada con ella, de hecho. Y un día, volviendo del colegio, el chico en cuestión, el semi-dios del fuego, en uniforme único escolar, dos años mayor que ella, caminó a su ritmo un rato en la acera de enfrente y luego, pasó a la de ella, gordita, aunque ya no tanto, y le habló.

Fue bonito, fue el acercamiento más bonito hasta hoy, según dice ella, pues nada sabía de él –y muy poco de la vida-, por ende, nada temía. Entonces, todo fue rosado y azul marino, y fresco, y de ensueño, y el viento levantaba los cabellos que llevaba fuera de la trenza anti-calor que se hizo corriendo a la salida del cole, y levantaba también algunos de sus mechones rojos, los que le caían sobre la frente. Era el hombre más hermoso que había visto jamás, y seguía siendo pecado masturbarse, pero la masturbación, por entonces, no le importaba mucho (no era momento para ponerse a imaginar los traumas que se le vendrían encima algunos años después).

El flaco pelirrojo, cabeza con ajíes, se fijó en ella. Papá los vio llegar juntos, papá hizo algunas preguntas a la hora de la comida, papá le dijo, sin que ella se lo pidiera, la verdad. Claro, entonces ella no lo asumió como verdad, sino como un montón de tonterías que dicen los papás celosos contra los amigos de sus hijas. Pero ni modo, verdad es verdad, y nada grave, sólo que el muchacho no era un “chico serio”, que ya había estado con todas las chicas del vecindario, que tal y cual.

Sí, la nena estaba enamorada, pero hubo una estúpida tendencia a ser racional, de adolescente fue demasiado racional, quizás porque aún se creía la niña más fea de su clase, y era preciso ser “superior” en algo. Y el trabajo en casa y con la familia, y la experiencia que marca aunque uno no quiera, hicieron que vea las cosas claras, muy a su pesar: sí, pues, no es un muchacho que valga la pena (¿valer la pena para qué, si ambos tenían entonces no más de 16 años?).

Entonces, la nena empezó a desterrar de su corazón el amor puro que cualquier adolescente de 14 puede sentir por un muchachito no tan dañino, casi de esa edad, un poquito mayor. Y aunque le picaba la pancita cada vez que lo encontraba por la calle, y se sonrojaba ante sus coqueteos, sabía que no valía la pena estar con ese semi-dios del fuego, quien tantas veces la había visitado en sueños (¿eso también era masturbarse?).

¿Qué hacer, entonces? A los 14 hay mucho tiempo libre, luego de las tareas escolares, el trabajo en casa y el hermanito menor. ¿Qué hacer, qué hacer?... Dejar que el subconsciente decida no dejarla sin historias de amor, dejar que los abrazos añorados se sientan reales. ¿Dibujar? No, muy evidente. Escribir.

En un nuevo diario, esta vez de llave y candado, que además llevaba a todas partes, empezó a gastar lapiceros, completar su fallida historia de amor, hacer felices a otros, inventar nuevos finales para sus películas preferidas, soñar con seres pálidos, cada vez más pálidos, sensuales, delgados, andróginos. Poco a poco apareció la patología. Oscuros, molestos como lo tendría que haber estado ella con su alrededor, diferentes al semi-dios del fuego, luminoso, que aún le hacía la corte, con toda dulzura y desparpajo, frente al barrio, y que se entere el mundo entero.

La nena no pudo callar su enojo, por ello, sangre en sus letras, sangre en sus dibujos, demonios, vampiros… ¿Qué pasó aquí? Mamá siempre te crió para que seas una niña buena, de tul y encajes y los mejores modales que la hija de una profesora puede tener. ¿Qué pasó aquí? No sé, pero me gusta. Me gusta.

Y de tanto hacer felices a otros en sus cuentos, quiso también ser feliz ella misma, y entró en sus hojas de cuaderno con candado, perfumado porque no había más remedio, y fue quien siempre hubiera querido, una princesa no, una guerrera, una mujer-macho fuerte y nada gorda, temida y añorada por hembras, pero amante de algún hombre a quien nunca llegaba a encontrar, con quien nunca podía estar, quien siempre tenía que irse o siempre tenía que morir.

Cobró fuerza, el nuevo dios. Fuerza, rostro, voz. Masturbarse seguía siendo un pecado, ¿y qué? Alexis lo valía, Alexis lo valía todo (leyó el nombre en algún libro de historias griegas). Y ya estaba, ahí estaba, su amante, él, contra quien nadie, ni demonios, ni vampiros, ni compañeras de clase chismosas, ni flacos pelirrojos, ni papá, ni mamá, se podrían oponer. Alexis, su final.

Comentarios

Lady Bathsheba dijo…
no se porque pero me hizo recordar mucho a mi...sera que muchas de las adolescentes gordas...?? en fin...creo que si... te habia leido antes..pero ahora me identifico con este post.Todos tenemos al pelirrojo, o al castaño, algunas veces preferimos a Alexis...otras..a ninguno.
Ernesto dijo…
Alucinante... tus escritos son de veras adictivos.
Y del otro lado las dudas no creas que son mas llevaderas... diferentes eso si, pero igual de torturadoras.... y mucho...
Cuidate
Ernesto
SERGIO dijo…
Aunque no me identifico con ninguno de los personajes, es una excelente y adictiva historia!

Un abrazo
Hola Angela siempre me han parecido fascinantes tus historias que bueno que haya gente como tu por ahi, bueno despues de ver muchos blog me dio animos para abrir el mio:

http://esquinaporlatarde.blogspot.com
Asi que bienvenidos todos por ahi, ya subi varias fotitos, que es lo mio, la imagen contando mis dias.
Anónimo dijo…
Me gusto el post ;) el pelirrojo... me suena a algo jeje
Atre dijo…
Y se sabe que ha sido del pelirrojo por estos dias??.... muy bueno tu post, la verdad si pues si contaramos todas las historias vividas o soñadas se trancaria la red... todavia quieres la cancion o:)...
Me agrado el cuento.. Relamente atrapas al lector...
Mamá de 2 dijo…
Actualmente ambos están casados, ambos tienen hijos, ambos pesan alrededor de 25 kilos más de lo que pesaban en su otrora época de jóvenes efebos y, ¿para qué ocultarlo?, se ven realmente mal... bueno, el pelirrojo no tanto, jejejeje

¡Gracias a todos y todas por los comentarios!

Un abrazo.
Anónimo dijo…
ES UNA HISTORIA BONITA,LA VERDAD ME CAPTURO, Y SIENTO QUE ES ALGO PARECIDO A LA REALIDAD QUE MUCHAS VIVIMOS. A MI ME ENCANTAN LOS PELIRROJOS. SIGUE ESCRIBIENDO SIGUE SOÑANDO, QUE ES UN ARTE.
SANDY

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