PROTOCOLO DE ATENCIÓN a personas que no son parte de nuestra población beneficiaria
Hace un
año y un día, mi casa se vio invadida por personal del Ministerio de Salud
Pública del Ecuador, sucursal Sucumbíos.
Mi
compañero estaba de viaje con los jefes de la ONG, así que me dejó a cargo. De paso, y por accidente, se llevó mis llaves. Quien tenía la
copia de seguridad, a su vez, olvidó el celular en algún lado y tardó una vida
en responder.
Era aún
temprano. A través de la ventana vi detenerse frente a casa una camioneta del
MSP. Bajó un hombre, dio unos golpecitos, atendí, saludó y preguntó por la
señorita Nombre-y-Apellidos. Ella vive en el apartamento de arriba, respondí.
Reacción
siguiente: ¡Aquí es! Llamadas telefónicas, motos, gente
con radios y celulares, dos camionetas más y el tipo inicial: señora, tenemos
que fumigar su casa y revisar todas los posibles criaderos de zancudos. La
señorita Nombre-y-Apellidos ha regresado de sus vacaciones contagiada con el
virus de la chikunguña. Es el primer caso en la provincia y debemos evitar una
epidemia. Ahora, si nos permite…
Así
entraron a casa veinte desconocidos, en tropel, escudriñando cada
rincón, haciéndome fotos, fotografiando a mi hija sin decir por qué, para qué.
Empecé a
llamar al compañero. Ya estaba lejos, no podía volver.
En medio
del caos, recordé que la señorita Nombre-y-Apellidos y yo nos habíamos
encontrado de visita a un bebé recién
nacido, días atrás. Llamé a la madre y le expliqué la situación. Mira, no sé
cuál es el tiempo de incubación del virus, pero te lo digo por si acaso se
puede hacer algo de manera preventiva, qué sé yo, tienes un niño chiquito,
supongo que un mínimo de atención servirá para algo, aunque esperemos que no
pase nada. Un abrazo. Que todo esté bien.
Esperé en el patio,
impotente, sentada con mi hija en brazos, mirando cómo pisoteaban todo. Los
invasores daban por hecho que el agua de las tortugas tenía larvas (pese a
haberles explicado que la cambié unas horas antes), insistían con las
fotografías, cogían sin permiso plátanos de un racimo colgado junto a la
lavandería, reían, fingían no oírme cuando les hablaba, husmeaban, fumigaban.
¿Qué
hacer? Dejarles, por supuesto. A fin de cuentas, los funcionarios sólo estaban haciendo
su trabajo. Yo era una mujer anónima con una niña pequeña en brazos, sin
llaves.
Fuera de
casa, con otras dos mujeres del edificio, expulsadas por la misma razón que Ana
y yo, nos encontró conversando la vecina rubia de la esquina. ¿Quién es la
funcionaria internacional con chikunguña? ¿Eres tú?, me señaló. No. ¿Qué es eso de alguien con chikunguña?, agregó otra. Tengo
entendido que es una intervención de rutina. ¡No me vengan
con cuentos! Yo soy Otro-Nombre-y-Apellidos, Título-Rimbombante, he trabajado en
el Hospital y el director me ha informado que el motivo de la intervención es para
prevenir la expansión del virus que una funcionaria internacional ha traído a
la provincia.
Siguió
hablando, pero no la escuché. Como caída del cielo, apareció la portadora de las
llaves de seguridad. Ana y yo podíamos entrar y… cambiarnos de ropa para salir
a comer afuera. El olor del insecticida estuvo presente hasta la noche.
Días
después intenté hablar con personas de la organización donde trabajaba la funcionaria
internacional. Era gente allegada a nosotros, sin amistad ni gran afecto,
pero allegada. De cenar algunas veces y conversar un poco sobre la levedad del
ser y el calor amazónico. Pensé, estúpida de mí, que eso tendría que
haberme hecho merecedora de un aviso. Algo sencillo, humano, comunitario, de
tipo: oye, mira, te pido discreción con esto, ha sucedido tal cosa, tenemos entendido que ya no está en etapa de
contagio, pero dado que tienes una hija pequeña y vives a tres metros de la
señorita Nombre-y-Apellidos, te lo decimos por si consideras necesario fumigar. Ah, y por cierto, te va a
llegar el MSP con toda la parafernalia mediática, FYI.
Sin embargo,
antes de que pudiera abrir la boca, recibí recriminaciones, acusaciones
de escándalo y malas caras por haber “divulgado” la noticia. El más formal tuvo el detalle de darme el número telefónico
de la jefa de operaciones del MSP, para que fuera a reclamarle a ella por la exagerada intervención.
Encima de todo, debí sumarme al protocolo de protección de
funcionarios internacionales, callar y quedar bien con el grupo. ¿La niña? Bien, gracias, ¿ves que no pasó nada?...
La madre que los parió.
Post data:
siempre estaré agradecida con la familia italoecuatoriana de Lago Agrio, por habernos auxiliado y acompañado el resto de ese fin de semana.
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